Amparo trabaja en un centro comercial de una ciudad de
Castilla-León. Esto es lo que nos cuenta, eso sí, desde el más estricto
anonimato porque teme perder su trabajo si alguno de sus jefes, por un casual,
se entera de que ha escrito esto...
<<Soy promotora de ventas. Pertenezco a esa
especie que pulula por los súper y los híper y que todo consumidor de pro conoce
(y padece) muy bien. Promotora es la señorita (apenas hay hombres en esta
actividad) que debe vender lo que sea; que persigue y hostiga, con abrumadora
amabilidad, al cliente y cuya presencia, con sonrisa puesta y pintada, suele ser
rápidamente advertida por él. Casi formamos parte del decorado del
establecimiento y sólo lo abandonamos para ir a sentarnos unos preciosos minutos
en los servicios del personal con el fin de aliviar algo el dolor de piernas de
tanto tiempo de pie.
Trabajar como vendedora en unas grandes
superficies, ser ama de casa con hijos y tener “horario partido”, es decir,
jornada laboral de siete horas en horario de mañana y tarde, supone una
verdadera prueba de obstáculos que debe superarse a diario. La estancia en el
centro de trabajo ocupa prácticamente todo el día y es necesario reestructurar
la vida cotidiana en función de ello. Cada mañana, antes de ir al trabajo, tiene
el tiempo justo de arreglar un poco la casa (lo imprescindible para que
resulte habitable) y cocinar el potaje (¡Ah, benditos y estimulantes garbanzos
que alejan la tentación de los precocinados!). Y luego, el arreglo personal. En
este trabajo es fundamental, determinante. Hay que maquillar el cansancio, las
inquietudes, ya que todo se refleja en el rostro. Y corriendo al autobús.
Vivir lejos del centro de trabajo es otra
dificultad añadida. A mediodía, regreso a casa. Comer, fregar y poco más. Otra
vez a enfundarse las medias y a salir corriendo. Ya de noche, al final de la
jornada, aún hay que preparar la cena, atender las faenas pendientes y buscar un
momento para hacer el parte de ventas correspondiente al día con los pies
metidos en agua con sal.
De pronto, te das cuenta de que ni siquiera has
leído la prensa, que sólo has visto la luz del sol y la calle en los
desplazamientos de casa al supermercado y vuelta; de que el mundo como que se
hubiera reducido hasta el punto de que parece que no existe nada más que dichos
lugares. Te das cuenta de que tus objetivos inmediatos coinciden tristemente con
los intereses de tu empresa: Vender bien. Vender todo. Vender. De manera natural
entras a formar parte del engranaje de la máquina. Y lo peor, estás demasiado
cansada para cuestionar nada.
Y así y todo, algo bueno tiene este tipo de
trabajo frente a lo que supone ser discontinuo. Y es que coinciden períodos de
tiempo que permiten recomponerse internamente. Siempre, claro está, con la
esperanza de encontrar algo mejor.>>
* Discontinuo: A Amparo la
contratan por meses, semanas o incluso días. Son los llamados
contratos fijos discontinuos, que consisten en emplear al trabajador por
temporadas a conveniencia de la empresa. |