Silvia nos cuenta el drama de
depender de las oposiciones para encontrar el camino a una vida digna. |
|
<<Soy licenciada en
Geografía e Historia. Se trata de una de esas carreras universitarias que
desde siempre no han tenido otra salida laboral que la enseñanza. La novedad
es que, desde hace ya más de quince años, tampoco hay trabajo en la
enseñanza. Estoy estudiando unas oposiciones que sé que son casi imposibles
de aprobar. Así llevo muchos años. Sé que mi destino va a ser el mismo que
el de muchos amigos mayores que yo que ya han seguido mis mismos pasos.
Siempre es lo mismo. Terminas la carrera y sigues estudiando para las
oposiciones, al principio creyendo esperanzado en tus propias fuerzas para
destacar y llegar a aprobarlas. Pero posiblemente suspenderás. Y tendrás que
seguir estudiando hasta la próxima convocatoria, dos años después. Y luego
habrá que esperar otros dos años y otros dos. Cada vez es más difícil
superarlas, porque cada vez han ido saliendo menos plazas a concurso: una
para cada cincuenta que se presentan, una para cada cien, a veces una para
cada quinientos. Cada vez que suspendes, se va minando tu autoestima, tus
fuerzas se desinflan, tu rechazo al estudio se convierte en una especie de
reacción alérgica. Une a esto que, mientras tanto, estás en la ruina,
viviendo, a lo mejor, con tus padres, de prestado, sintiéndote una inútil.
Si decides trabajar en
algún puesto precario y mal pagado, te sentirás mal porque te quitará tiempo
para estudiar. Si decides estudiar sin tregua, te sentirás una incapaz que
no logra ganarse la vida. Tu minoría de edad laboral continuará, pero los
años van pasando sin remedio: un día resulta que tienes ya treinta años,
otro día resulta que tienes ya cuarenta. La vida se te ha ido escapando y no
has tenido hijos, ni familia, ni nada. Tienes la autoestima destrozada, los
nervios deshechos. Te has acostumbrado a tomar antidepresivos y
ansiolíticos, y ya no puedes dejarlos.
Te das cuenta ahora de
que los que consiguieron aprobar la oposición tampoco han corrido mucha
mejor suerte. Aprobaron, pero, la mayor parte de ellos, “aprobaron sin
plaza”. Tuvieron que seguir presentándose a la oposición cada dos años.
Entraron, eso sí, en la lista de interinos. Eso les permitió empezar a
trabajar de vez en cuando, cubriendo sustituciones. Dos meses aquí, tres
meses allá, cinco meses en paro, dos semanas de trabajo otra vez al otro
extremo del mapa. Esa vida imprevisible les impidió también tener hijos,
asentar una familia, hacer planes con una pareja, fundar un hogar. Se
convirtieron en nómadas laborales y jamás pudieron tampoco acostumbrarse a
un puesto laboral estable, a unos alumnos, a un programa, a una asignatura.
Jamás pudieron amar su trabajo. Se desencantaron de él y comenzaron a odiar
la asignatura que con tanto entusiasmo comenzaron a estudiar hace ya tantos
años. Al final, muchos de ellos acabaron por pedir la baja por depresión o
por buscar otro trabajo precario y mal pagado en el mercado laboral basura.
Así es la vida, poco más o menos del ochenta y cinco por ciento de los
licenciados en Historia, Filosofía, Filología, Física, Química, Matemáticas,
etc.
Yo tengo 32 años. Llevo
mal camino, pero no tengo otras opciones. Veo desesperanzada que los
distintos gobiernos y los sindicatos traidores que nos representan no van a
poner solución alguna al problema. Al contrario: siguiendo con la agenda
neoliberal de destrucción de los servicios públicos, la enseñanza estatal
está siendo desmantelada a favor de la enseñanza privada, donde unos
empresarios sin escrúpulos eligen a dedo a quién quieren contratar y a quién
no, y les ofrecen un trabajo siempre al peor precio y en las peores
condiciones. Ahí, en unos cuantos años, estás quemado. Pero da igual, el
sector privado no se hace problemas con eso: se te despide y punto.>>
|